lunes, 9 de diciembre de 2013

El Ruido y la Furia

International Situacionista # 1 (Junio 1958)
Traducción: Sísifo Pedroza
SE HABLA MUCHO en estos días sobre de los jóvenes furiosos, la furia de la juventud contemporánea. Si la gente se empeña tanto en hablar de este tema es porque los jóvenes, a través de manifestaciones como los disturbios absurdos de adolescentes suecos o las proclamas de los ingleses <> que pretenden construir un movimiento literario, presentan siempre el mismo carácter inofensivo y la misma fragilidad tranquilizante. Productos de una época de descomposición de las ideas y los modos de vida dominantes, de inmensas ‘victorias’ contra natura que no se corresponden con un incremento real de las posibilidades cotidianas de existencia, reaccionan, a veces con violencia, en contra de la condición que les ha sido impuesta, con estallidos de juventud que remiten a los estados surrealistas de la mente. Pero se encuentran desprovistos de las medidas surrealistas de intervención cultural, de la esperanza revolucionaria del surrealismo. De modo que la resignación es el sonido de fondo de esta espontánea negatividad de la juventud escandinava, americana, japonesa. Desde los primeros años de la posguerra, Saint-Germain-des-Prés era en Francia un laboratorio de aquellos comportamientos (mal llamados ‘existencialistas’), lo cual explica el hecho de que los representantes franceses de dicha generación de intelectuales (Françoise Sagan-Drouet, Robbe-Grillet, Vadim, l’affreux Buffet) son todos ejemplos exagerados, caricaturizados, de la resignación.
Si bien fuera de Francia esta generación muestra una mayor agresividad, su consciencia aún fluctúa entre la simple estupidez y la satisfacción precoz de una revuelta a todas luces insuficiente. El olor a huevo podrido que emana de la idea de Dios envuelve a los cretinos americanos de la <>, y no está del todo ausente en las declaraciones de los <> (cf. Colin Wilson). Estos últimos han descubierto, con treinta años de retraso, un cierto clima subversivo que Inglaterra supo ocultarles todo este tiempo; y ahora ellos creen que provocan un escándalo por declararse republicanos anti-monarquistas. <>. Esta declaración es reveladora de la tibia y netamente literaria posición de estos <>, quienes apenas han venido a cambiar su opinión respecto a algunas pocas convenciones sociales, sin siquiera sospechar el cambio de terreno que se ha dado en el campo general de las prácticas culturales, tan evidente en cada una de las tendencias vanguardistas de este siglo. Los <> resultan particularmente reaccionarios al atribuir un valor privilegiado y redentor al ejercicio literario, al punto de ser los defensores de una mistificación que en Europa fue denunciada alrededor de 1920, y cuya supervivencia hoy tiene un carácter más contra-revolucionario que el de la propia Corona Británica.
Todos estos ruidos, estas onomatopeyas de la expresión revolucionaria, coinciden en ignorar el sentido y la amplitud del surrealimo (éste mismo distorsionado por la naturaleza de su propio éxito artístico burgués). Mientra no aparezca ningún movimiento nuevo que lo reemplace, la continuación del surrealismo sería la actitud más consecuente. Sin embargo, ocurre que la juventud que se afilia al surrealismo reconoce las demandas profundas de este movimiento, pero es al mismo tiempo incapaz de lidiar con la contradicción existente entre tales demandas y el estancamiento provocado por su éxito aparente. Esta incapacidad lleva a los jóvenes a refugiarse en los aspectos más reaccionarios que el surrealismo alberga desde su propia concepción (la magia, la creencia en una época dorada que vendrá de algún lugar que no corresponde con la Historia). Algunos de ellos llegan incluso a sentirse orgullosos de mantenerse, tanto tiempo después de <>, todavía bajo el Arco del Triunfo surrealista. Como manifiesta orgullosamente Gérard Legrand, ellos seguirán siendo fieles a su tradición: <>.
La razón de que no resulte fácil constituir un movimiento más liberador que el surrealismo de 1924 -aquel al que Breton dijo que se adheriría en caso de que surgiera-, estriba en el hecho de que el carácter libertario de aquel surrealismo se encontraba supeditado a su capacidad para controlar los grandes medios materiales del mundo contemporáneo. Pero los surrealistas de 1958 han sido incapaces de responder a tal requisito, e incluso han combatido los principios de dicho movimiento. Esto, sin embargo, no elimina la urgencia de generar un movimiento cultural revolucionario que consiga, con verdadera efectividad, la libertad del espíritu, de la mente y de las costumbres que el surrealismo demandaba en su origen.
Para nosotros, el surrealismo es solamente el principio de un experimento cultural revolucionario, que casi de manera inmeviata se vio paralizado tanto en la práctica como en la teoría. Debemos ir más lejos, y preguntarnos: ¿porqué el surrealismo ha dejado de ser una opción significativa? No a causa de la constante disociación que las clases dominantes hacen entre <> y los aspectos escandalosos del surrealismo. (Esta disociación no se hace con la idea de promover la originalidad radical -¿cómo podría ser así cuando el orden dominante no tiene nada nuevo para proponer, nada que trascienda la propuesta surrealista?- Por el contrario, la burguesía se presta a aplaudir todas las regresiones que queramos elegir). Si hemos descartado el surrealismo, es debido a que el surrealismo se ha convertido en un total aburrimiento.
El aburrimiento es el común denominador del surrealismo decrépito, de la furiosa juventud desinformada y de su rebelión de adolescentes confortables que carecen de perspectiva, pero que ciertamente no carecen de una causa. Los situacionistas ejecutarán el juicio que el ocio contemporáneo se encuentra pronunciado en contra de sí mismo. 

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