
Si bien la
pregunta por alternativas de mercado es actualmente común a una gran cantidad
de expresiones artísticas –sobre todo considerando las dificultades financieras
que la crisis global trae consigo–, y si bien el Internet ofrece nuevas
herramientas de promoción y transacción financiera a nivel general, es de
esperar que los artistas dedicados al net.art, al enfocar su trabajo creativo
en las posibilidades que brinda el “universo digital”, estén especialmente enfocados
en la exploración de alternativas económicas basadas en la red. De hecho, la propia naturaleza inmaterial de sus obras, la
facilidad con la que pueden ser distribuidas a escala planetaria y la todavía
incipiente legislación cibernética, obligan a los net.artistas a inventar
maneras innovadoras de vender, financiar, compartir y obtener insumos de su
trabajo creativo.
En vista de
lo anterior, no resulta sorprendente encontrar que muchas instituciones que
promueven el net.art en el mundo están hoy en día fomentando la autonomía, la
innovación económica, el libre acceso a las obras artísticas y otro tipo de
valores asociados con Internet, lo cual implica en muchos casos una
transformación de sus propios principios rectores. Vemos así que los sistemas
de operación y la programación de museos, centros culturales, universidades e
incluso agencias privadas se encuentran en un período de reestructuración que busca
responder a las necesidades de la época; en un proceso gradual pero con una
tendencia cada vez más generalizada, los centros de promoción cultural empiezan
a entender que necesitan actualizar sus fundamentos, so pena de caer en una
obsolescencia que los haga innecesarios en un futuro cercano.
Ahora bien,
aunque este giro cultural tiene evidentes implicaciones en la manera de
producir, consumir y entender de manera general el arte, cabe preguntarnos
hasta qué punto existe en éste una tendencia real a generar formas alternativas
de mercado artístico –distintas a los principios del mercado capitalista–, o
hasta qué punto se está dando una actualización de dichos principios que en vez
de alejarnos nos encierra aún más en su lógica económica. Esta es una pregunta de
la mayor importancia para quienes buscamos participar en prácticas culturales
que abonen hacia un mundo más equitativo, justo, democrático; aunque
probablemente no existen respuestas definitivas, esta situación nos obliga a
realizar un análisis cuidadoso de los mecanismos mercantiles que genera y de
los que depende nuestro trabajo.
Un problema
bastante común para los artistas contemporáneos que buscan transformar los
marcos culturales es su relación con las instituciones. Están, por una parte,
quienes encuentran en Internet la posibilidad de abandonar los museos y
galerías, haciéndose de medios autónomos de producción, distribución y mercado
de sus productos; por otra parte, están quienes pretenden intervenir críticamente
los principios de la hegemonía cultural con base en los elementos propios de
dicha hegemonía. Esta segunda posición ha llevado a varios net.artistas a
encontrar en instituciones como museos o centros culturales de gobierno
espacios fértiles para la disidencia, bajo la convicción de que ésta es una
forma efectiva de avanzar en el cambio sistémico. Hay que decir, sin embargo,
que en una época en la que la que la crítica interna se ha vuelto una moda
institucional, y en la que existe ya una rica tradición de “artistas
revolucionarios” que han terminado por convertirse en íconos del mercado
capitalista del arte, es difícil imaginar de qué manera podrían las prácticas
artísticas lastimar al sistema dominante desde sus propios sistemas de
legitimación. Pensar que los espacios centrales del mercado del arte terminarán
por auto-fracturarse en una suerte de suicidio histórico derivado del Internet
puede resultar un tanto ingenuo, sobre todo cuando vemos que el creciente
control y centralización de la propia red
nos indican todo lo contrario. En este punto es importante recordar que
actualmente el Internet se encuentra en una etapa de privatización,
centralización e hípercontrol que muchas veces se disfraza de dispersión y
libertad de acción masiva. Esto nos remite a la explicación que el Manifiesto
Telecomunista nos ofrece sobre el modo en el que la llamada Web 2.0
convierte los sistemas de intercambio P2P en mecanismos de apropiación de los
bienes comunes que se juegan en el ciberespacio, por parte de unas pocas empresas
que están monopolizando la creatividad colectiva.
¿Cómo
pensar, entonces, acciones artísticas que desde el Internet contribuyan a
generar nuevas maneras de intercambio cultural, sustancialmente distintas de
los marcos neoliberales? Aunque la extensión de este ensayo nos impide
profundizar en respuestas tentativas, nos aventuraremos al menos a señalar
algunas vías de reflexión en torno a este cuestionamiento.
En primer lugar,
es importante detectar uno de los principales fundamentos de la economía
capitalista, que es la noción de propiedad
privada. Una economía alternativa del arte comenzaría, por tanto, por cuestionar
la noción de propiedad intelectual, no necesariamente para desecharla, pero sí
para rechazar sistemas como el copyright que se basan en una lógica de
privatización artística que restringe la circulación cultural, que privilegia de
manera desequilibrada a intermediarios empresariales y que comúnmente convierte
los recursos públicos en canales de financiamiento de bienes privativos. Entre
las alternativas que el Internet inaugura en este ámbito, existen hoy
propuestas legislativas como el Creative
Commons que permiten a los artistas registrar ellos mismos sus obras bajo
licencias flexibles, que le permiten vivir de su trabajo sin sacrificar sus
derechos morales como autor y, lo que es esencial, sin sacrificar la libre
circulación de la cultura.
En segundo
lugar está la necesidad de generar nuevos medios
de producción que rechacen la actual segmentación laboral de quienes
participan en el mercado del arte, por ser ésta profundamente inequitativa y
favorecer a una pequeña élite de empresarios y artistas de renombre a costa de una
gran cantidad de trabajadores culturales que ganan sueldos ínfimos, y a costa
de la ciudadanía que a través de sus impuestos financia los festivales, museos,
orquestas y demás instituciones gubernamentales. Sobre este tema están
surgiendo importantes propuestas que ven en el Internet posibilidades de
proveer medios sustentables de producción artística, que entre otras cosas
impliquen una mayor participación ciudadana en las decisiones que conciernen al
uso que se da a los recursos públicos destinados al arte. Entre estas
propuestas, podemos mencionar el capítulo
6 sobre sostenibilidad estratégica del decálogo
de prácticas culturales de código abierto, así como el manual
de uso para la creatividad sostenible en la era digital publicado por el FCForum.
Finalmente,
un tercer aspecto de la transformación artística anti-capitalista lo
encontramos en el cuestionamiento al enorme individualismo que subyace en la gran mayoría de centros
culturales, desde museos hasta bienales, concursos, etc. A pesar de que hoy en
día muchos espacios culturales están abiertos a recibir obras y propuestas
colectivas, los sistemas de competitividad y originalidad que se desprenden del
individualismo permean en la mayoría de las prácticas artísticas de mayor
legitimidad social. Esto se relaciona, por supuesto, con los sistemas de propiedad
intelectual y de uso insustentable de los recursos públicos que comentamos
previamente. Nuevamente, el Internet posibilita la creación de sistemas de gestión, producción,
distribución y consumo colaborativo del arte, que por un lado promueven la
autonomía y por el otro presionan a las instituciones a manejar los recursos
económicos con transparencia y con base en decisiones emanadas de procesos
democráticos y no de designios particulares. Entre las formas novedosas de
financiamiento que facilita el Internet podemos mencionar el crowdfounding, que
a través de plataformas como Verkami permite
el financiamiento colectivo de proyectos. En muchos casos, este sistema
económico se asocia con formas de producción colaborativa y suele estar
acompañado de licenciamientos más flexibles como el mencionado Creative
Commons.
Si hacemos
una síntesis de los tres aspectos anteriores, tenemos que el Internet ofrece
alternativas eficaces a la noción de propiedad privada del arte, a la
segmentación inequitativa de los medios de producción artística y a la
estructura individualista de los mecanismos culturales. Los artistas que
trabajan en la red tienen hoy en día
enormes oportunidades de construir nuevas formas de arte que, además de
contribuir en la generación de nuevos sistemas económicos y sociales, redundan
en exploraciones estéticas novedosas. Es así que en las últimas décadas –y con
mayor énfasis en los últimos años–, el arte en Internet ha dado lugar a nuevas
estéticas de la remezcla, la creación colectiva en red, la improvisación
audiovisual telemática, el live coding,
entre otras manifestaciones creativas que aprovechan la tecnología para
imaginar e incluso experimentar un mundo diferente.
Si bien el
Internet es uno de los hijos pródigos del capitalismo, es también una puerta
hacia nuevas formas de organización social más igualitarias, justas,
participativas. En un esfuerzo colectivo por transformar la sociedad desde el
“disperso centro” de la economía neoliberal, muchos net.artistas pretenden hackear el corazón de dicho sistema para
modificar desde sus raíces sus fundamentos. Un camino difícil, confuso,
ambiguo, que será más efectivo en la medida en que sea más crítico a sus
propias contradicciones, equilibrando un idealismo radical con una curiosidad
ávida de nuevas formas de gozar la diferencia.
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